Descanse en Paz Oswaldo Payá

Fue a finales de enero de 2003. Todavía le recuerdo saliendo de la terminal en el aeropuerto de Gatwick (Londres), era una de esas puertas en las que tienes que atravesar la tienda del duty free para poder salir. Venía con EasyJet, apareció entre turistas británicos de fin de semana y estudiantes españoles a punto de comenzar su experiencia londinense. Tenía el semblante un poco serio, perdido.

Todo aquello era nuevo para él. Con 51 años de edad era la segunda vez que Oswaldo Payá (web oficial, cuenta de Twitter) salía de Cuba, la primera de facto puesto que la anterior había sido al parecer apenas unas horas en Florida para visitar a un familiar enfermo. En esta ocasión el Parlamento Europeo le había concedido el premio Sajarov de derechos humanos y ante la presión internacional Fidel Castro le permitió salir de Cuba para que lo recogiese. Oswaldo aprovechó para visitar múltiples países, tantos que se saltó la fecha del visado por 2 ó 3 semanas. Probablemente Fidel quiso que se exiliase pero Oswaldo volvió a Cuba, porque él siempre creyó en una transición a la democracia hecha por cubanos desde Cuba, y pacífica.

Ana y yo le sonreimos, nos identificamos, y le preguntamos si quería tomar un café en el aeropuerto antes de ir al centro Londres. Luego cogimos el tren y llegamos a la residencia de estudiantes de la London Business School, que gentilmente le alojó sin coste alguno. El billete de avión lo pagué yo gracias a la generosa beca que me pagaba la Fundación «la Caixa», que me permitía de vez en cuando este tipo de gastos extraordinarios para un estudiante. Los gastos de comidas y cenas se pagaron con lo recaudado por un grupo de estudiantes españoles y latinoamericanos, cada uno de los cuales puso un billete de 5, 10 ó 20 libras. Un amigo cubano residente en Londres se ofreció para ser el chófer durante la estancia de Oswaldo en la capital británica, pero el día anterior retiró su oferta por miedo a las represalias a sus familiares en Cuba. «Qué tontería«, pensé yo.

Al día siguiente llevé -en metro- a Oswaldo a pasear por el centro de Londres, los dos solos. Me aseguró que agentes de la seguridad cubana nos iban a seguir, y que por la tarde en la conferencia seguro que iban a mandar a alguien para boicotearla (como así sucedió). Durante esas horas Oswaldo me contó algunas de las tropelías que el gobierno cubano -presuntamente- le hacía. Recuerdo especialmente una que me pareció extremadamente cruel; entrar por la noche en su casa, y vaciar pintura roja en el suelo para simular que había sucedido un asesinato de algún familiar suyo. Oswaldo contaba este tipo de cosas con una serenidad que aún hoy me cuesta entender. Yo, en cambio, no hacía más que mirar para atrás de reojo, y evitaba a toda costa los lugares solitarios. Llegué a sentir miedo, algo que me ha pasado muy pocas veces en mi vida.

Luego fuimos a Downing Street, pero al 9, no al 10. Visitamos al ministro -o el secretario- de derechos humanos del Reino Unido (ver foto inferior). Oswaldo relató al alto funcionario británico el proyecto Varela, ese con el que consiguió 11.000 firmas (en 2004 vendrían otras 14.000) apoyando una solicitud para que la Asamblea Nacional Cubana discutiese un proyecto de ley que otorgase más libertad a los cubanos. Según la constitución cubana de 1976, cualquier iniciativa popular con al menos 10.000 firmas tendría que ser considerada por la Asamblea Nacional Cubana, pero en este caso se negaron a discutirlo. Un ejemplo más de la arrogancia de la dictadura cubana, que se salta hasta las leyes que ella misma dicta. Tras unos minutos escuchando, las primeras palabras del alto funcionario británico fueron «¿Qué población tiene Cuba? ¿10 millones? Así que 11.000 sobre 10.000.000 es alrededor del 0.11% de la población, ¿verdad?«. Aquella no fue ni la primera ni la última vez en mi vida que he sentido que un político es idiota. Sentí pena por Oswaldo, que trató de hacerle ver que no era un referendum, sino una recogida de firmas, hasta superar las 10 mil, por un pequeño grupo de voluntarios, y que era muy significativo el hecho de que 11.000 cubanos se hubieran atrevido a identificarse en una lista a favor de una iniciativa por la democracia en la isla. En unos segundos dejé de sentir pena por Oswaldo porque su actitud rebosaba dignidad, esa clase de dignidad reservada únicamente a los grandes defensores de los derechos humanos.

Acto seguido acudimos a una comida con una representación de ONGs. Recuerdo la cara de asombro de Paige Wilhite, de Amnistía Internacional; no se podía creer que aquel disidente al que seguía remotamente desde hace años estuviese comiendo en el centro de Londres con ella. A veces lo que sucede en Cuba lo interiorizamos como si fuese una serie de televisión, como algo irreal. Sólo cuando se visita la isla o se habla con un cubano uno toma verdadera conciencia de que aquello es real, y horrible. Pero Paige no era la única asombrada, Oswaldo miraba algunas cosas como si fuera un niño de 10 años en su primer viaje. Hasta dio un brinco cuando vio su primer autobús rojo de dos plantas! Para él los autobuses de 2 plantas se convertían en realidad; pero para el resto de nosotros era Cuba lo que se convertía en una dura realidad. Oswaldo tenía mucha curiosidad y me hacía peguntas impensables para mi, como si los ingleses hablaban de política entre ellos, si en Londres los chinos eran todos comunistas, o si la gente sabía que Fidel Castro era un dictador. También me preguntaba mucho sobre la transición española y sobre Adolfo Suárez y el Rey Juan Carlos I. Para él la transición española era un modelo del que extraer muchas enseñanzas.

La conferencia fue grabada en vídeo, perdonad mi terrible presentación del invitado, ese día yo era un manojo de nervios:

Los grandes avances en materia de libertades no hubieran sucedido nunca sin personas que actuaron en contra de sus intereses particulares. Oswaldo Payá fue uno de ellos. Espero que el sacrificio que hizo en su vida sirva para que dentro de poco los cubanos puedan disfrutar de la libertad que les fue arrebatada hace mucho tiempo.

Descansa en paz amigo.

 

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